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 Los afranquistas ignorados

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MissatgeAssumpte: Los afranquistas ignorados   Los afranquistas ignorados Icon_minitimeDj Jul 03, 2008 8:58 pm

Los afranquistas ignorados 281262


Patricia Martínez de Vicente (Londres, 1946) es licenciada en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Portsmouth (Inglaterra), a donde llega procedente de Oxford, y de realizar sus estudios preuniversitarios. Sin desarraigarse nunca de la Galicia familiar y el Madrid de su infancia y juventud, finalizados los estudios en Inglaterra, se especializa en antropología social hispana.

En 1977 permanece un año en el Colegio de México, como investigadora de temas sociológicos e históricos y, posteriormente entre 1997-2000, concluye su tesis histórico-antropológica sobre tauromaquia, tema sobre el que ha publicado varios ensayos e impartido conferencias en Madrid y México. Es además una experta en Recursos Humanos y selección de personal, profesión que ha ejercido durante más de 15 años en distintos países.

En su primer libro novela, "Embassy y la Inteligencia de Mambrú''", Patricia Martínez de Vicente, como autora e hija de uno de los principales protagonistas españoles que colaboró con el Servicio Secreto Británico en Madrid durante la Segunda Guerra Mundial, detalla nombres y situaciones sobre los rescates humanitarios llevados a cabo bajo la protección aliada y que se desvelan por primera vez desde que ocurrieron hace 60 años.

Aprovechando la confusión franquista de la neutralidad española y, como confirma el entonces embajador británico en Madrid, Sir Samuel Hoare, gracias a un puñado de intrépidos resistentes británicos y españoles repartidos por la Península Ibérica, se lograron salvar por este sistema a más de 30.000 judíos, refugiados e indocumentados perseguidos del Tercer Reich.

Llegados a España en situaciones extremas, logran salir clandestinamente hacia Portugal, gracias a la importante ayuda humana proporcionada por un grupo de cooperantes altruistas dirigidos por el M16, fuera del control del Gobierno español.


Elisabet acaba de cumplir 14 años y es una alumna inteligente y aplicada que atiende puntualmente a sus clases de inglés en mi casa una vez por semana. Entre conjunciones y verbos con respeto y atención, ella, de tanto en tanto, me pregunta por mis publicaciones, mis libros, o cuántas novelas he escrito ya, con el interés de un biógrafo novato que recopila noticias en una agenda mental que aún no sabe cuándo sacará a relucir, o si ni siquiera lo hará algún día.

Correspondiendo a su solicitud y a esa deliciosa curiosidad de adolescente en la que voy apreciando en los últimos dos años cómo madura su seguimiento de mi endeble carrera literaria, yo también, entre clase y clase, le pongo al día sobre la evolución de esas publicaciones que tanto parecen interesarle a Elisabet, pero sobre todo, le comento detalles sobre las experiencias de mi padre con el Servicio Secreto Británico durante la Segunda Guerra Mundial en España. Sucesos y anécdotas familiares que no suelo divulgar y que Elisabet escucha con un interés que va procesando y reteniendo a su manera.

Sin embargo, nunca la había visto tan entusiasmada como la semana pasada cuando, por fin, le confirmé que se hará una película sobre esta secreta e ignorada participación humanitaria de mi padre con el MI6 basada en "Embassy y la Inteligencia de Mambrú'' (Velecío, Madrid 2003) y el libro que próximamente verá la luz, "Agente 055A''. Unas experiencias desconocidas hasta que las publiqué hace cinco años.

- Es que tu padre es mucho más que Superman. Él ha salvado a cientos de personas y Superman sólo lo hacía de uno en uno, fue la sorprendente referencia comparativa de Elisabet.

Orígenes gallegos, educación británica
Desde luego que el Dr. Eduardo Martínez Alonso no tenía nada que ver con Superman, a pesar de la conmoción de mi alumna por unas hazañas, para ella comparables con las del héroe infantil. Mi padre sencillamente fue un médico real, nacido en Galicia y educado desde los ocho años entre Glasgow (Escocia) y Liverpool, a donde fue destinado su padre como cónsul general en 1912, mientras él estudiaba medicina a caballo en esa Universidad con el Hospital de San Carlos en Madrid.

Un hombre que eligió comprometerse voluntariamente en una experiencia singular humanitaria de la que se ha tardado 60 años en saber en su totalidad. Utilizando su buena fe, arrojo y habilidades profesionales como armas para salvar vidas, frente a quienes utilizaban las auténticas para matar indiscriminadamente, durante su colaboración clandestina el Dr. Martínez Alonso utilizó, además, su casa familiar gallega para cobijar junto a su madre y hermanos a los refugiados polacos huidos de la barbarie nazi. O su piso de soltero en el centro de Madrid para atenderlos médicamente entre los años 1940-42. Algo que pasó aun más desapercibido en la posteridad que sus logros profesionales.

Sólo algunos -y no todos - de los que quedamos de su entorno más próximo recuerdan, a los treinta y cinco años de su muerte, su prestigio como médico, puesto que fue uno de los primeros cirujanos torácicos españoles que operó cáncer de pulmón en su país, desde 1946.

Y es que mi padre nunca destacó que había salvado quizá muchas más vidas en la clandestinidad de la Segunda Guerra Mundial, que en los quirófanos durante tiempos de paz.

Los primeros vestigios de la cooperación
La discreción que le caracterizaba sobre sus correrías bélicas se prolongó a su muerte y sólo fue gracias a la casualidad de haber encontrado por casa su diario de 1942, quince años después de que él muriera, que pude tirar del hilo de esta historia. Una labor valerosa y admirable, no obstante, imposible de redondear sin el testimonio directo que mi madre, Ramona de Vicente Núñez, también viguesa, accedió a detallarme, siendo ya octogenaria, al coincidir con su noviazgo gallego, y que yo escuché desde una nueva y desconocida perspectiva como hija.

Partir desde su vida de pareja en esta arriesgada experiencia con Lalo (como se le llamaba familiarmente) en la depresión social y económica del comienzo de la dictadura franquista, cuando Europa sufría los horrores de una guerra que se prolongarían cinco años más, me permitió reconstruir unas proezas nunca consideradas como tales por sus protagonistas y que se convirtieron en mi primera novela: "Embassy y la Inteligencia de Mambrú''.

El testimonio verbal materno se amplía y confirma, documentado oficialmente en "Agente 055A'', próximo a publicarse, tras la desclasificación del archivo secreto (22666/A) conservado todos estos años en Londres hasta que se abrió al público en el Public Records Office.

De la entrañable y divertida colaboración entre madre e hija comenzada en el año 2000 y que fuimos prolongando un par de años más, salieron a relucir las asombrosas e ignoradas experiencias de amor y guerra de mis padres entre Vigo, Madrid, Lisboa y Londres años antes de que yo naciera. Donde incluyo retazos infantiles cogidos al vuelo en las conversaciones entre amigos y antiguos colaboradores del Servicio Secreto Británico (sin saber que lo habían sido) cuando nos visitaban en Madrid, hacia los años '50. Gente que desconocía cómo me iban pasando una información privilegiada que al cabo del tiempo sirvió para formar la base del entramado que he ido plasmando en un serio trabajo de investigación de ocho años ya, y que me permitió contrastar los enrevesados hechos reales con los sencillos relatos familiares. Detalles hoy históricos, que fui procesando inocentemente entonces y que fueron marcando las pautas políticas y humanitarias que mi padre había compartido durante la Segunda Guerra Mundial con muchas de aquellas visitas que rondaron por nuestro piso madrileño hasta que él murió en 1972.

* * *

Proyectos bélicos en España de alto secreto
Por su interés personal en cuestiones de Inteligencia en su larga trayectoria política, Winston Churchill, recién nombrado primer ministro en 1940 y ya en pleno enfrentamiento contra Alemania, entiende muy bien la importancia de activar este crucial sector de su Gobierno, renqueante aún desde la Primera Guerra Mundial.

Muchos de los cargos más significativos ocupados en las oficinas de Whitehall, central del Servicio de Inteligencia Secreta en Londres, así como los responsables en las principales embajadas británicas al estallar la Segunda Guerra, estaban aún en manos de antiguos héroes de la Guerra del '18, encasillados en unos métodos obsoletos y difíciles de adaptar a las nuevas necesidades de la siguiente guerra europea.

Es urgente por tanto la readaptación que el primer ministro pone sin dudar en manos de sir Steward Menzies, quien no tarda en transformar el tradicional SIS (Secret Intelligence Service) en un renovado MI6 con el que ha pasado a la posteridad, ligado al MI5. Es decir, el Servicio de Seguridad y los derivados expresamente creados para la ocasión como el MI9, MI21, o el SOE (Special Operations Executive).

Todo ello durante un crucial enfrentamiento contra Hitler en el que para Churchill sus afinidades ideológicas con el general Franco pueden ir peligrosamente emparejadas al peor desenlace de la guerra si Franco decide unirse al Tercer Reich en contra de los Aliados. Churchill sabe que deberá tomar medidas drásticas para evitarlo y particularmente, preservar la neutralidad española a toda costa.

Sin abandonar los clásicos enclaves neutrales de Lisboa y Berna como referentes de la Inteligencia Secreta, insospechadamente, a partir de 1939, Madrid, por su singular circunstancia política y geográfica al ser el eje donde confluyen Gibraltar, Portugal y Tánger, cobra una inusual importancia como centro de operaciones externas para múltiples proyectos bélicos británicos. Entre ellos se incluirá el desvío de la ayuda humanitaria a los perseguidos del nazismo y a los militares aliados, que deben cruzar los Pirineos hacia España al caer en territorio ocupado francés, la gran mayoría indocumentados. Sin olvidar las desbandadas de judíos, particularmente polacos, checos, austríacos y alemanes que huían de los países invadidos y que fueron aumentando a lo largo de la guerra.

Tan significativa resulta la tarea de un adecuado Servicio Secreto enfocado a salvaguardar la periferia de los planes bélicos aliados, que Churchill nombra embajador en Madrid a sir Samuel Hoare, un veterano secretario del Home Office, tres veces ministro, pero sobre todo un profesional que había compatibilizado anteriormente un puesto diplomático en Rusia con el Servicio de Inteligencia. Ello muestra el interés de situar a un representante diplomático de una experiencia política y profesional desproporcionada al cargo español, si se considera su destino a un país neutral aunque fuera europeo.

Pero ese era precisamente su principal cometido: mantener a Franco lejos de Hitler y evitar a toda costa que se involucrara en la guerra. Curiosamente, será el ya ex embajador Hoare en 1946 quien en su ``Ambassador on Special Mission'' (Collins, Londres) apenas soslaye la solidaridad aliada y las delicadas pero cruciales aventuras humanitarias que compartió mi padre con un puñado de intrépidos diplomáticos junto a unos pocos anglo-españoles estrechamente ligados a la Embajada en Madrid, aun cuando reconoce el salvamento de 30.000 refugiados durante su estancia. Que en realidad rozaron los 300.000, como hemos podido comprobar al desclasificarse los documentos a partir de 2005.

Como responsable máximo de la Inteligencia Británica igualmente desde 1940, compaginado con su cargo oficial de agregado naval, el capitán Alan Hillgarth enseguida comprendió la importancia de contar con el refuerzo humano local adecuado para llevar a cabo los audaces proyectos diseñados por los expertos recién nombrados por Churchill en España.

Era imprescindible ocultar todo al Gobierno español por sus simpatías por el Tercer Reich. Según el historiador Nigel West, esta es la razón por la que Hillgarth reclama la presencia de su hijastro, David Babington-Smith, para encabezar el SOE (Special Operations Executive) y quien junto a Michael Creswell, encargado del MI9 (Escape & Evasion Service) y Alan Lubbock, en su doble papel en la Agregaduría Militar, formaron la base de estas operaciones humanitarias a cargo de la Inteligencia británica en España entre 1940-45.

El Dr. Eduardo Martínez Alonso, médico de la misma Embajada y de Cruz Roja Española, se convierte en un apoyo local de inestimable ayuda solidaria como principal cometido de este singular grupo diplomático.

Freedom of Information Act.
Se desclasifican los documentos secretos
A partir del año 2005, mucho después de desaparecidos todos ellos, se puede confirmar -por lo que mi padre describió al MI5 ya en Londres en febrero de 1942, como aparece en su archivo personal- que él se implicó voluntariamente en las tareas de salvamento el mismo día que Inglaterra declara la guerra a Alemania, el 3 de septiembre de 1939.

Ese día se presentó en la Embajada ante el brigadier Torr dispuesto a marchar a cualquier frente a prestar sus servicios médicos, como ya había hecho hasta pocos meses antes durante la Guerra Civil Española con su equipo de Cruz Roja, extrañamente sin tomar partido por ningún bando. Pero Torr, convencido personalmente que, a su vez, estaba influenciado por el capitán Hillgarth por su cargo con el Servicio Secreto desde Madrid, le aseguró al doctor que era mucho más necesario en casa que fuera.

Dada la información que venía recibiendo el SIS (Secret Intelligence Service) desde muy atrás sobre las torturas, asesinatos indiscriminados, desapariciones y sufrimientos causados a los judíos por el radical antisemitismo nazi, de alguna manera los aliados proyectaban paliarlo desviándolos hacia los países neutrales, como Suecia o Suiza, entre los que la salida española al Atlántico, a Gibraltar, o al también neutral Portugal, significa otra salida entre las múltiples rutas clandestinas, como la Comet, Amsterdam, Gimson o BAAG originadas en distintos lugares del corazón de Europa.

El campo de concentración de Miranda de Ebro, en la provincia de Burgos, que el 3 de septiembre de 1939 retenía cientos de prisioneros de la Guerra Civil Española, no tardó en llenarse de los apátridas y refugiados indocumentados extranjeros que habían traspasado los Pirineos desde un primer momento.

Sin informar de sus planes al Gobierno franquista, claramente pro Eje, los diplomáticos británicos auspiciados por los mandatarios del Servicio Secreto centralizado en Londres comienzan por utilizar esa base para las evacuaciones de los prisioneros rescatados por los medios más inverosímiles.

Pero tal fue la avalancha de prófugos hacia España - la Cruz Roja Británica calcula unos 100 diarios al principio, que se incrementan a 200 con la clausura de las fronteras francesas a partir del '42- que obligó a las autoridades españolas a recluirlos en 23 penales, según cita el mismo informe de la Cruz Roja Británica publicado en 1949. De ellos, salían semanalmente clandestinamente del país unos 500. Pero Miranda de Ebro siempre se ha considerado el campo de mayor concentración de fugitivos extranjeros y en particular para los apátridas o judíos indocumentados que recalaban en España.
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MissatgeAssumpte: Re: Los afranquistas ignorados   Los afranquistas ignorados Icon_minitimeDj Jul 03, 2008 8:59 pm

No es mi cometido describir aquí otros logros políticos y diplomáticos del equipo centralizado en la Embajada de Madrid, y que sin duda los hubo, sino confirmar sesenta años después, al descubrirse los documentos oficiales británicos, sus arriesgadas hazañas humanitarias.

Como resaltaba el embajador Hoare en el capítulo 22 de sus memorias publicadas en 1946: "Logramos liberar a todos los prisioneros británicos escapados vía España, además de miles de aliados. Ninguno de ellos fue entregado a los alemanes'', aunque omita describir los métodos de evacuación utilizados, ni los nombres del escueto equipo humano que lo hicieron posible, manteniendo el secreto por vida. De cualquier manera, estaba proyectado a permanecer oculto durante 75 años más -que no se cumplieron para nuestra suerte- y en el '46 era imposible detallar ciertos acontecimientos.

Aunque el propio embajador apunta que lo que recaía bajo su jurisdicción no era la propia de una legación diplomática: "Una responsabilidad que debería recaer en la Cruz Roja, u otras asociaciones humanitarias de los Gobiernos aliados. Pero las condiciones particulares en las que tuvimos que operar lo hicieron imposible'', reconoce y explica que debido a que ``los Gobiernos de los Países Bajos, Holanda, Bélgica, Yugoslavia, Grecia, Polonia, Checoslovaquia y parte de Francia - exceptuando Vichy- no estaban reconocidos por el Gobierno español, tuvimos que ocuparnos de todo ellos. Aunque (en principio) sólo debíamos responsabilizarnos de los refugiados británicos, hubo que ampliarlo a refugiados de todo tipo. Miles de anti nazis alemanes y austríacos, particularmente judíos, llegaban sin que se les aceptara la nacionalidad. Nuestra batalla contra la Gestapo era interminable''.

La postura indeterminada, aparentemente indiferente, del Gobierno franquista a los derechos internacionales sobre los prisioneros de guerra, como estipulaba el Convenio de La Haya, es lo que en consecuencia obliga al embajador Hoare a aceptar esta rara clandestinidad a regañadientes para no obstruir sus proyectos, pero ostensiblemente promocionada por el primer ministro británico a través del capitán Hillgarth. El embajador reconoce en sus memorias que tanto impedimento interno para liberar a los presos aliados del campo de concentración en Miranda de Ebro, fue lo que les obligó a organizar rutas de escape y salvamento alternativas para evacuarlos por medios más expeditivos.

Los excesivos trámites hasta culminar las aprobaciones oficiales definitivas para la liberación dependían de un complejo entramado de ministerios y autorizaciones gubernamentales -a las que la Gestapo tenía fácil acceso- y que el resto de las embajadas aliadas en Madrid tuvieron que concentrar sólo en la británica. De allí derivará la directa y particular intervención de mi padre.

Una labor difícil, delicada y compleja que rozaba la legalidad para un español civil, y que recayó sobre "el comando de resistencia'' informal del breve equipo diplomático al que perteneció mi padre, sin serlo. Exclusivamente creado por la acuciante necesidad humana y que funcionó estupendamente gracias a la complicidad amistosa y desinteresada entre unos amigos a los que les unía un mismo sentido de la responsabilidad compasivo, ajeno a cualquier conexión ideológica, política o religiosa determinada, aunque sí a una condición social similar y lógica identificación con la causa aliada.

Sin dudar, constituyó el mayor logro profesional del agregado naval Alan Hillgarth y su equipo durante la Segunda Guerra Mundial.

Un miembro del SOE comprometido y condecorado internacionalmente
No se lo debió de pensar mucho mi padre el día que se ofreció voluntario a cooperar con los ingleses, el 3 de septiembre de 1939, desde el momento que su amigo Alan Hillgarth le debió de explicar el secretísimo proyecto de salvamentos aliados, pues con el restringido apoyo de los cooperantes desde la misma Embajada en Madrid -incluidos los chóferes y secretarias- y la muy estimable colaboración de los 22 cónsules repartidos por todo el país, junto a David Babington-Smith (SOE); Michael Creswell, responsable del MI9 (Escape & Evasion Service)' David Thompson, responsable de la oficina de pasaportes, a quienes se unió mi padre como médico de su embajada, se apresuraron a utilizar coches con matrícula diplomática y cualquier excusa inventada como médico español -incluida la firma de falsos certificados de defunción para cortar la persecución de lo más perseguidos por la Gestapo- con el fin de liberar a unos fugitivos injustamente retenidos y maltratados como prisioneros de una guerra en la que España no participaba.

Y no sólo eso sino que, como muestran numerosos documentos desclasificados bajo el epígrafe HS9/26 en el Public Records Office de Londres relacionados con estas secretas actividades británicas, donde finalmente apareció la carpeta personal de Eduardo Martínez Alonso como miembro del británico SOE (Special Operations Executive), ahora sabemos que él fue el organizador de la ruta "Miranda de Ebro-Vigo-Valença do Miño'' para rescatar a cientos de polacos gentiles y judíos. Una de las primeras salidas clandestinas españolas hacia Portugal, vía Galicia, para los protegidos de los aliados, cada fin de semana entre 1940-42.

Una labor indudablemente temeraria que podría haberle costado la vida a más de uno, y que fue el motivo por el que eventualmente tuvieron que huir mis padres dos semanas después de su boda, perseguidos por la misma Gestapo contra la que ellos cubrían a sus protegidos en territorio nacional.

Y aclaro: no por el Gobierno franquista, que nunca inculpó de nada a mi padre, ni entonces ni nunca, puesto que en su país nadie le acusa por su voluntaria (aunque muy secreta) cooperación pro aliada, o de espionaje, como se llegó a rumorear en Vigo que ejercía cuando se casó con mi madre en 1942.

En definitiva, las actividades clandestinas de Eduardo Martínez Alonso, claramente expuestas en Londres, no aparecen en ningún archivo policial o militar español de los que hasta ahora he tenido noticia.

Pero aun hubo más. Ya establecido el matrimonio en Inglaterra tras unas considerables peripecias propias entre España, Portugal e Inglaterra, el Dr. Martínez Alonso se responsabilizará - entre otras labores humanitarias- y desde las mismas oficinas que dirigían sus operaciones clandestinas en España, de continuar supervisando las rutas de evacuación a Portugal a lo largo del río Miño que él mismo había organizado en 1940. Cosa que mi madre nunca me mencionó durante nuestras divertidas charlas, o quizá tampoco lo supo mientras lo hacía en Londres.

La Cruz de Oro Polaca al Mérito por las vidas de los polacos que se salvaron a través de estas arriesgadas aventuras, y el "King George Medal for Courage'' británico, concedidos cuando todo había terminado, confirman el reconocimiento aliado a mi padre por sus méritos civiles de una audacia, como atinadamente clasificó mi alumna Elisabet, a la altura de las ficciones de Superman, pero sin ningún certificado aclaratorio que acompañe qué motivó las condecoraciones. Estas explicaciones las leí por primera vez cuando tuve los archivos en mi mano, ya desclasificados, en Londres.

Por amor al prójimo, por amor a la vida, por solidaridad
Al relatarlo con la perspectiva del tiempo que me permite reposar las ideas y considerar mejor el comportamiento de unos protagonistas desaparecidos hace años, creo que si en algo se caracterizaron mis padres y su familia gallega como cómplices indirectos, fue por su solidaridad y la buena intención con que llevaron adelante los planes sugeridos por Lalo (como se le llamaba familiarmente), sin saber realmente qué ocultaban en su casa y lo comprometida que era su colaboración, ni a quiénes protegían mientras la guardesa preparaba las camas, o la comida de unos hombres "cheos de fome'' (llenos de hambre) a su paso por Redondela horas antes de su liberación portuguesa.

No hace mucho he escuchado comentar a unos parientes que viven en Galicia que mi abuela Guillermina, dentro de una dudosa ignorancia, cuando compartía la mesa con ellos, solía decirle a su hijo: "Hay que ver qué callados son estos amigos''. Porque al ser los refugiados polacos, por su aspecto físico fácilmente pasaban por ingleses, pero estaban instruidos a permanecer callados para no delatarse ni siquiera entre sus protectores.

Al ofrecerles un cobijo desinteresado, mi familia ejerció con unos desconocidos a los que no les hacían preguntas no sólo la solidaridad, reflejada en el lógico entusiasmo de enamorados de mis padres, o el incondicional cariño fraternal que se demostraban entre los once hermanos Martínez Alonso, sino que al ayudar desde su propia casa a escapar a Lucjan Sutkowski, Jerzy Lipinski, Maciej Radzicki, Samuel Federman o Abraham Keitelman, como ejemplo de los 365 nombres de la lista que conservo y que se publicará con `"Agente 055A'', pusieron en práctica con la mayor sencillez su amor al prójimo, a la vida en general y a la humanidad en particular.

Mi madre también era hija de médico y por su experiencia personal conocía bien el significado que se aplicaba en casa de Lalo. El que él siempre demostró y quedó patente durante estas actividades clandestinas ignoradas hasta que 30 años después de su muerte comencé a estudiarlas a fondo y pude contarlas. Porque a la hora de la verdad, sin ese espíritu generoso, solidario, sostenido en un idealismo apolítico, sencillamente con el propósito de ayudar por ayudar a los necesitados, estas singulares proezas nunca se habrían llevado a cabo, y mucho menos culminado con el éxito que tuvieron.

Al cabo de los años puedo repasar mejor el comportamiento durante la guerra de aquellos amigos que nos visitaban en Madrid cuando yo era niña, y ha sido esa perspectiva lo que me ha ayudado a comprender muchas cosas más. Como por ejemplo, el envidiable entendimiento entre los compañeros que se cubrían unos a otros en estas operaciones, pero sobre todo, lo que para ellos significaba la camaradería altruista en unas circunstancias tan críticas, sin duda derivado de las afinidades de una educación británica común, de las muchas cosas que los identificaba en su ambiente social, pero en el que el afán de hacer el bien por el bien sin esperar nada a cambio superaba todo lo demás.

Así todo, en el caso concreto de mi padre creo que sin el soporte emocional de Ramona, su mujer, y la de su hermano Guillermo, resguardando desde Vigo el delicado cargamento humano que ayudaban a pasar a Portugal, mi padre no habría reunido las fuerzas y el coraje suficiente para sacar del campo concentración de Miranda de Ebro a cientos de personas con múltiples trucos médicos cada fin de semana entre 1940-1942. Por mucho valor, entendimiento entre compañeros y buena voluntad que tuvieran, dudo que sin este refuerzo emocional añadido, mi padre hubiera podido mantener la tensión y el ritmo que le impusieron los salvamentos para organizar una de las primeras rutas de evacuación clandestinas que culminaban otras tantas huidas que cruzaban Europa de norte a sur, para salvar la vida de miles de desconocidos.

Acuerdos ocultos
La azarosa experiencia personal y profesional como médico de Eduardo Martínez Alonso con el que llegaría a ser el famoso MI6, había ocurrido por detrás del Gobierno franquista y, como creímos mi madre y yo, al menos al comienzo estuvo sí, directamente bajo la atenta dirección de Churchill, a través de su agregado naval en Madrid, Alan Hillgarth, en su doble función de jefe del Servicio Secreto.

Pero como he ido averiguando a lo largo de estos ocho años de investigación en solitario, el vaivén autorizado de miles de personas a través de la Península Ibérica era la consecuencia de unos delicados y secretos acuerdos de intercambio político y económico con el Gobierno de Franco, en el que mediaron el envío de medicamentos, vacunas y sobre todo alimentos desde Londres, desde tan pronto como 1940.

Fueron acuerdos obviamente establecidos a espaldas del Tercer Reich por la especial situación de la neutralidad franquista y de los que no se ha sabido al completo hasta que se han desclasificado los archivos oficiales en el año 2005.

Las actividades, en cualquier caso, eran muy peligrosas por la persecución alemana que mi padre venía sufriendo entre Madrid y Vigo desde hacía al menos dos años, hasta verse obligados a huir al exilio recién casados. Pero como he indicado antes, no como un indeseable anti franquista - él mismo había rematado del lado "correcto'' como médico en campaña para la Cruz Roja del lado nacional- sino como un idealista afranquista, liberal y conservador, identificado con los británicos culturalmente por el ambiente social en el que había crecido y no por ningún motivo político. Ello inevitablemente encendió la alarma de los representantes de la Gestapo merodeando por las embajadas aliadas madrileñas, en cuanto percibieron la naturalidad con la que este médico gallego entraba y salía de sus dependencias.

Tanta audacia puede resultar fascinante, pero a juzgar por los testimonios tardíos de mi madre y el perpetuo silencio de mi padre, los protagonistas no le dieron mayor importancia a su solidaria cooperación, que la de coincidir con su boda gallega el 3 de enero de 1942, y un prolongado viaje de novios a Lisboa, enlazado con una estancia en Londres que no termina hasta 1946, cuando deciden regresar e instalarse definitivamente en Madrid donde vivimos hasta el final de sus días.

Ni el Dr. Martínez Alonso jugó el papel de Clark Kent (Superman), ni su mujer el de Luisa -creo recordar que así se llamaba su novia - en estas empresas bélicas auténticas de los años '40.
Sin embargo, no hay duda que contribuyeron positivamente en un juego valiente y audaz -mi madre llegó a clasificarlo de inconsciente muchas veces- pues al poco tiempo de instalarse en Londres en 1942, donde tuvieron que cobijarse perseguidos por la Gestapo en España, mis padres recibieron la siguiente nota del compañero encargado de recogerles su piso madrileño abandonado a toda prisa: "La Gestapo irrumpió en tu casa sin más aviso; se llevó a tu enfermera y la tuvieron incomunicada varios días, pero al no poder revelar nada que ellos no supieran la dejaron marchar, con un pánico enorme. Después, ella vino toda asustada a contármelo. Hemos descubierto que los nazis tenían una oficina frente a tu casa en Madrid (en Gurtubay 3) y quizá por eso estaban tan bien informados de tus pasos'' (Embassy, pag. 115).

La autora es antropóloga social y escritora. Hija del protagonista de la historia, Dr. Eduardo Martínez Alonso.
Por Patricia Martínez de Vicente

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