El factor miedo
Yaron London
Aquellos que se oponen a la guerra tienen mucha razón. De hecho, siempre la tienen. Por otra parte, aquellos que apoyan la guerra tienen a veces razón y a veces se equivocan. La honradez de aquellos que se oponen a la guerra es inmediatamente perceptible, porque evitar guerras ahorra sangre y muertes, mientras que la honradez de aquellos que apoyan la guerra nunca es absoluta.
La razón de esto último es que el precio de una guerra se cobra inmediatamente después de su inicio, mientras que las ventajas de la victoria sólo son cosechadas después de que el polvo se acaba depositando. Además, a menudo la historia abusa de los vencedores honrados y mima a las malvadas partes derrotadas.
La conclusión es que nunca habría que emprender una guerra, y esta percepción está apoyada por muchos de mis colegas que se oponen a un movimiento decisivo contra Hamas y parecen ser capaces de convencer a la opinión pública, esa que aguanto el golpe durante la Segunda Guerra del Líbano. Esta percepción da ocasión a explicaciones complejas. Así recientemente oímos a un ingenioso comentarista recomendar un alto el fuego con Hamas, porque haríamos un mejor trabajo que el grupo islámico si nos preparamos para la siguiente guerra y porque durante esta tregua Hamas puede tomar el control de toda la sociedad palestina. ¿Es eso bueno?
Aquellos que aplauden y recomiendan esta aseveración dicen que sería mejor permitir que el movimiento islámico completara su control de la sociedad palestina, ya que entonces estaría obligado a asumir la responsabilidad plena de su destino y daría la espalda a su imprudente oposición a su pleno establecimiento, ya que podría poner en peligro su status. Sus activos y el peso pleno de la responsabilidad lo convertirían en un movimiento pragmático que estaría abierto a negociar.
La prueba de esto, según esta teoría, la moderación mostrada por Siria e Hizbullah, capaces de causarnos mucho mas daño que Hamas, y cuyas intenciones no son menos malévolas.
Si tomamos esta lógica hasta el punto del absurdo, concluiríamos que es mejor alimentar a los asesinos enloquecidos y aguantar sus golpes hasta que estén en condiciones de conseguir el poder y piensen más en proteger sus ganancias. Me ahorro cualquier tipo de mención de los ejemplos históricos que demuestran la debilidad de estas aseveraciones, porque estoy seguro que cada uno conoce algunos de ellos. Aquellos de los que escuchan detenidamente las palabras pronunciadas por los líderes de Hamas llegan a la conclusión de que institucionalizar a este movimiento lo convertiría en un pequeño Irán, y no más bien en otra OLP.
El miedo es el factor principal por el qué Hizbullah no se ha atrevido a molestarnos desde el final de la guerra, y éste es también el elemento principal por el cual Siria muestra su moderación ante el ataque que nos ha sido atribuido. La fuente de este miedo es nuestra conducta durante la guerra, a saber, la conducta imprudente por la cual Olmert y su gobierno han sido reprobados.
Nasrallah se confesó indirectamente culpable de esto cuando dijo que si él hubiera previsto una reacción israelí tan salvaje no habría secuestrado a nuestras tropas.
La inculcación del miedo a través de nuestra reacción, más bien que la retirada de militantes de Hizbullah de la zona fronteriza, debería ser considerada como nuestro mayor logro durante la guerra. Este logro es incluso hasta más significativo que muchos defectos que han sido descubiertos durante la guerra y el doloroso hueco existente entre los objetivos de la guerra y sus resultados.
Toda la charla arrogante de Nasrallah, el desprecio que él nos demuestra, y sus amenazas en cuanto a una futura venganza no cambia el hecho de que sus concentraciones y marchas de milicianos, que sus saltos con sus armas cruzadas al pecho, están ahí pero no disparan.
Por el otro lado, Hamas y los miembros de Yihad Islámica sí nos disparan. Ellos nos disparan porque no están asustados. Y no están asustados porque sean más intrépidos o a consecuencia de su fe, sino porque no les hemos asustado lo bastante.
El miedo es una cualidad humana básica. Uno puede fortalecer su resistencia al miedo, pero es imposible hacerse completamente inmune ante él. La cuestión relevante no giraría entonces entorno a la validez del principio de disuasión, sino mejor dicho lo que la parte atacada esta dispuesto a realizar a fin de asustar al atacante, y hasta que punto el atacante es inmune a los contraataques.