La vida me depara la dicha y el orgullo de ser padre de Soldados Israelíes. Si, me refiero a ustedes, de los que tanto hablan los medios de difusión del mundo y por supuesto que la
mayoria de las veces nada
bien, presentándolos como a monstruos que comen niños y torturan
ancianas indefensas, pero esto es otra historia, es como las
difamaciones que recibía nuestro pueblo en las épocas de la peste
negra.
Yo
soy el padre de ustedes, de un reservista de Nahal, de un jaial de
Sanjanim y de una futura jaielet; pero también los siento y los asumo;
los reconozco a todos como hijos propios, en sus rostros juveniles, en
su andar decidido y espontáneo, en los colores de sus gorras, en sus
espaldas recargadas de pesadas mochilas, en sus armas cuidadas como
tesoros, en las calles, en el autobús, en los trenes. Si, a todos, a
los que nacieron en nuestra tierra de Israel y a los que vinieron de
Sudamérica, de Rusia, de Etiopia y de todos los rincones del mundo, los
que lo hicieron solos o con sus familias.
Muy
de pronto, de la noche a la mañana, la vida los ha transformado de casi
niños inocentes, desenfadados adolescentes, estudiantes de bagrut, en
valerosos y sacrificados defensores de nuestras familias, de nuestras
comunidades y de la tierra de Israel.
Hace
tan poco tiempo que abandonaron sus juegos infantiles y talvez no
tuvieron el necesario para hacer los suficientes poemas de amor que
quisieron y ya se encuentran con un arma en los brazos preparados para
algo que ya dejo de ser un juego infantil o un romance de verano.
Les
confieso que soy un padre al que nunca le cayeron simpáticos los himnos
de guerra y los colores militares, un padre que nació y vivió en
lejanas y verdes tierras, donde el uniforme militar no era un símbolo
de defensa del país y de la sociedad, sino mas bien representaba el
autoritarismo, el atropello de los derechos del pueblo, los golpes de
estado y el enemigo era el propio pueblo. Un ejercito donde para ser
oficial tenias que tener una religión determinada u ocultar la tuya y
la de tus padres
.
Lo
sorprendente en este mundo tan violento e intolerante, es que ustedes
no quieren ir a la guerra para exterminar al enemigo, para saquear
indefensas poblaciones civiles o para conquistar tierras extrañas,
quieren solo luchar contra los terroristas que se explotan en los
autobuses y en los restaurantes para matar civiles inocentes, contra
los que tiran kazanim y katiushas donde sus blancos preferidos son
nuestros hogares y talvez sobre naciones indecentes donde su gran sueño
dorado es borrarnos de la faz de la tierra o echarnos al Mediterráneo.
Tengo
la suerte de tener un hogar que esta permanentemente movilizado,
principalmente los fines de semanas y jaguim, cuando ustedes llegan
cansados, siempre contentos, con sus mochilas cargadas de ropa sucia
que hacen funcionar los lavarropas al rojo vivo, con pretensiones de
comer el asadito de papa o las comidas ricas de mama, con las
expectativas de volver a ver de nuevo a los amigos de siempre o a
aquella hermosa chica que conocimos. Y luego de nuevo la revolución de
prepararse para partir siempre muy temprano, con el uniforme limpio y
planchado, las botas lustradas y los besos apurados a papa y a mama con
un: los quiero mucho.
No
es para cargarlos de culpas ni para pasarles el fardo pero sin querer
nos hacen sufrir muchísimo, cada vez que escuchamos noticias de
enfrentamientos, atentados o secuestros o los informes del frente de
combate nos tiembla el alma, esperando recibir llamados de los
celulares que muchas veces están sordos y mudos durante las tareas mas
delicadas que ustedes realizan y luego viene la calma al saber que
están bien y la amargura de saber que a otro le pudo haber tocado esta
vez.
Por
supuesto que se de que están bien cuidados, porque hemos sido invitados
a conocer adonde viven, que comen y cual es la cara y el numero de
celular del mefaked que se encarga de ustedes y al que le manifestamos
que tenemos temores por nuestro hijo y el nos responde: también mi mama
teme por mi.
Decían
hace años que un hombre no debe llorar pero a veces ocurre, me hace
caer lagrimas de emoción verlos en las ceremonias donde reciben con
mucho orgullo el Tanaj, el arma y la gorra, donde juran luchar contra
el terror y los enemigos de nuestra Medinah, donde no juran morir por
la patria sino vivir para que la patria viva. Nunca llegue a cantar el
Hatikva con tanto fervor y con los ojos humedecidos.
Les deseo que vuestros mejores sueños se hagan realidad y que en el mundo que están
ustedes construyendo reine una paz justa, permanente y verdadera.